Quintanilla considera que el anacronismo en el mausoleo se suma al resto de despropósitos que han acompañado el proyecto desde su concepción: “El monumento funerario, pagado con dinero público, y con mucha prisa por ejecutarse, radica en la capilla de un convento gestionado por una comunidad religiosa que, en última instancia, podrá decidir, por ejemplo, los horarios de las visitas.